sábado, 31 de octubre de 2009
Introducción a la historia de Roma
Este vídeo que he encontrado sirve bastante bien de introducción al mundo romano para aquellos que todavía no lo conozcan.
viernes, 30 de octubre de 2009
La ciudad de Roma
La capital de esta civilización fue en todo momento la ciudad de Roma, además de ser el eje central de la vida política tanto en el imperio como en la república.
Se encontraba en la región del Lacio, en la península Itálica. La ciudad era atravesada por el río Tiber, que desembocaba en el mar Mediterráneo y 7 colinas, Aventino, Capitolino, Celio, Esqulino, Palatino, Quirinal y Viminal; marcaban su orografía. También existía una zona llana conocida como el Campo de Marte donde las legiones romanas se concentraban cuando debían pasar la noche en la ciudad.
Cada una de las colinas tenía sus elementos característicos aunque algunas de ellas son más conocidas por tener un papel relevante en la historia:
Se encontraba en la región del Lacio, en la península Itálica. La ciudad era atravesada por el río Tiber, que desembocaba en el mar Mediterráneo y 7 colinas, Aventino, Capitolino, Celio, Esqulino, Palatino, Quirinal y Viminal; marcaban su orografía. También existía una zona llana conocida como el Campo de Marte donde las legiones romanas se concentraban cuando debían pasar la noche en la ciudad.
Cada una de las colinas tenía sus elementos característicos aunque algunas de ellas son más conocidas por tener un papel relevante en la historia:
- Palatino: Es la más conocida de las colinas y en ella se encontraban los palacios imperiales. A su falda se encontraba el foro, el centro comercial y político de Roma.
- Aventino: Su situación estratégica sobre el río Tíber sirvió de punto de control del comercio en el río.
- Capitolino: Esta colina está muy ligada a la historia del origen de Roma pues se dice que fue allí desde donde arrojaron a Tarpeya.
- Celio: Durante la república constituyó una zona residencial donde habitaron los romanos mas ricos en sus domus.
- Qurinal: Antes del nacimiento de Roma en esta colina vivían los sabinos.
- Esquilino y Viminal: En estas colinas no tuvieron tanta importancia pero también formaron parte de la ciudad.
En el río estaba la Isla Tiberina que tenía 270 metros de largo y 70 de ancho. Era un lugar con mala fama pues cuanta la leyenda que allí ahogaron al rey Tarquino el Soberbio. Por esta razón allí eran enviados los más peligrosos criminales.
En el siglo IV la ciudad de Roma fue amurallada para defenderla de las invasiones galas. La muralla tenía una anchura de de 3,6 metros, una longitud de unos 11 kilómetros y más de una docena de puertas. Su trazado, el cual se marca en la zona roja del mapa, sirvió también para repeler el ataque de Anibal en el 211 a.C.
Ver Las 7 Colinas de Roma y Las Murallas Servianas en un mapa más grande
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miércoles, 28 de octubre de 2009
La cronología de Roma (III): El Imperio
Las grandes conquistas y la rápida expansión hizo que el sistema republicano fracasara y hacia falta una nueva forma de gobierno que pudiera controlar tan vasto terrritorio. El vencedor de todas las guerras civiles que sucedieron justo antes del fin de la república, César Augusto, estableció un Imperio. En el nuevo gobierno, el emperador era la unica persona que ostentaba el poder y lo legaba a sus hijos.
Augusto, el primer emperador de la dinastia Julio-Claudia, representó el mayor esplendor del imperio y dio paso a la época conocida como la "Pax Romana", un periodo de estabilidad política y social.
A Nerón, el último miembro de la dinastía Julio-Claudia, le seguirá un periodo de inestabilidad donde se impuso Vespasiano, que inauguró la dinastía Flavia, de origen no patricio. Les siguieron del año 96 d.C. al 180 d.C. los emperadores Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio.
Septimio Severo comenzó el periodo de la monarquía militar, que marca el fin de la "Pax Romana". Esta situación llevó al imperio durante el resto del siglo III a un largo periodo de luchas internas por el poder donde los emperadores, nombrados por sus legiones, se sucedieron ininterrumpidamente.
Diocleciano emprendió una gran reorganización del Imperio, instituyendo la Tetrarquía, y su sucesor Constantino I el Grande será el último emperador del imperio unificado. Poco después, el emperador Teodosio dividió el Imperio entre sus dos hijos, Arcadio y Honorio, en el Imperio Romano de Oriente, con sede en Constantinopla; y el Imperio Romano de Occidente.
A partir de la división, el territorio oriental comenzó un periodo de riqueza y un auge cultural que duró hasta la caída de Constantinopla en el año 1453. El Imperio Occidental, por contra, duro pocos años más pues las invasiones bárbaras lo desmoronaron dando paso a la Edad Media. El último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, fue depuesto en el 476 por el rey godo Odoacro.
lunes, 26 de octubre de 2009
La cronología de Roma (II): La República
Los primeros años tras la caida de la monarquía romana no supusieron un gran cambio respecto al funcionamiento de la política en la ciudad. Los dos cónsules que regían el senado romano tenían los mismos poderes que los anteriores monarcas aunque, a diferencia de antes, los cónsules eran elegidos democráticamente cada año. Ambos tenían todos los poderes, el político, el religioso y el militar, pero uno podía vetar las decisiones del otro. Posteriormente se produjeron cambios que limitaron los poderes de los cónsules con la aparición de las magistraturas, órganos de gobierno regidos por magistrados y que se encargaban de alguno poderes que antes tenían los jefes del gobierno. Algunas de estas magistraturas fueron la de pretor, que reunía las potestades judiciales de los cónsules, y la de censor, que poseía el poder de controlar el censo.
Durante este periodo histórico Roma dejó de ser una ciudad-estado con apenas 35.000 habitantes a dominar la península itálica en primer lugar, y mas tarde la mayor parte del mediterráneo.
Los primeros siglos de la República vieron la progresiva conquista de la Italia peninsular por parte de Roma. El instrumento de conquista utilizado era la legión, que estaba compuesta por ciudadanos reclutados en tiempos de guerra. A medida que avanzó la expansión, Roma utilizó los contingentes de las ciudades dominadas y aliadas como tropas auxiliares.
Las principales guerras en las que se embarcaron los romanos fueron las Guerras Latinas, que otorgaron a la República de Roma el control de todo el territorio del Lacio y las Guerras Samnitas en las que los samnitas, uno de los pueblos de la península se opuso al creciente poder Roma.
Mas tarde Roma venció sucesivamente a los pueblos del Lacio, a los etruscos, a los galos que se habían instalado en la llanura del Po y las ciudades del sur de Italia dejando toda la península bajo el poder de Roma.
La república media
A partir de mediados del siglo III a. C., Roma inició una larguísima serie de guerras que la llevaron a dominar el mundo mediterráneo. Conquistó Cartago en las Guerras Púnicas, Hispania, Baleares, Corcega, Cerdeña, la Galia y Sicilia, de donde expulsó a los griegos.
En el Mediterráneo oriental, Roma se enfrentó a los monarcas de los estados helenos surgidos de la herencia del imperio de Alejandro Magno: Filipo V en el año 197 a. C., Perseo en el 168 a. C. en las Guerras Macedónicas, Antíoco III de Siria en el 189 a. C. en la Guerra Romano-Siria y Macedonia, Acaya y Epiro en el año 146 a. C. Átalo III de Pérgamo legó su reino a Roma en el año 133 a. C., una parte del cual se convirtió en la provincia romana de Asia.
Estas conquistas comportaron una verdadera revolución económica pues el botín, las indemnizaciones de guerra y los tributos pagados por las provincias enriquecieron al estado y a los patricios.
Como era de esperar, la rápida expansión trastocó también el frágil equilibrio social de la República porque los esclavos, cada vez más numerosos; muchos pequeños campesinos italianos, que se vieron forzados a emigrar a Roma debido a la pobreza; y los habitantes de los territorios ocupados, estaban descontentos por la explotación a la que estaban siendo sometidos por sus gobernantes y deseaban la igualdad con los ciudadanos romanos.
Estas reivindicaciones colmaron con las revueltas encabezadas por Espartaco en el 73 a.C.
La república tardía
A finales del siglo II a. C., la República romana entro en una nueva etapa, dentro de su nueva posición de hegemonía mundial, tras haber destruido o debilitado a todas las grandes naciones que pudieran haber representado una amenaza para su propia supervivencia.
En esta nueva era, el mayor problema de la República era ella misma: los nuevos conflictos ideológicos y propiciados por el enorme éxito romano, saturaron las antiguas instituciones republicanas y las llevaron a una crisis que fragmentó la sociedad romana. La República se vio sacudida por nuevas reivindicaciones sociales por parte de los propios pueblos italianos aliados de Roma quienes soportaban el peso de las campañas militares y ni poseían la ciudadanía romana ni se beneficiaban de las ganancias de las conquistas.
Paralelamente, la aristocracia y la clase política, se benefició enormemente de las nuevas conquistas y aumentaron su poder y riqueza. Las grandes fortunas permitieron la compra de votos con el único propósito de servir al aumento del poder personal a expensas de la legalidad.
Este decaimiento provocó 4 Guerras Civiles y multitud intentos de usurpar el poder del senado como en la Conspiración de Catilina, denunciada por Cicerón. Además las ansias de poder de algunos personajes importantes de la vida romana llevaron a crear alianzas para el control del senado conocidas como Triunviratos.
El primer Triunvirato estaba formado por Marco Licinio Craso, Julio César y C. Pompeyo Magno:
Pompeyo era enemigo declarado de la nobleza, Craso era poderoso por su inmensa riqueza y César tenía la habilidad del auténtico político. Pompeyo rompió con César y se reconcilió con la nobleza envidioso de la gloria militar ajena y en consecuencia, el triunvirato se debilitó muy pronto.
El segundo Triunvirato estuvo formado por Octavio Augusto, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido.
Se hizo cargo del gobierno desde el año 43 a. C. pero tambien supuso un gran fracaso tras el asesinato de César.
El fin de la República
Poco a poco, la envidia de Octavio hacia Marco Antonio y Lépido les llevó a pelerse entre ellos.El primero que cayó fue Lépido, que fue apartado de la vida publica por Octavio, un maestro de la propaganda, y que hizo que el pueblo tuviera una opinion contraria a su rival.
Aún quedaba Marco Antonio que vivía junto a Cleopatra en Egipto, pero Octavió declaró que este era inutil para el senado y le declaró la guerra. En la batalla de Accio, en el 31 a. C., los dos bandos se enfrentaron: Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados suicidándose poco tiempo después.
Con todos los enemigos politicos eliminados Octavio pasó a llamarse Augusto y se convirtió en el primer emperador romano.
Durante este periodo histórico Roma dejó de ser una ciudad-estado con apenas 35.000 habitantes a dominar la península itálica en primer lugar, y mas tarde la mayor parte del mediterráneo.
Los primeros siglos de la República vieron la progresiva conquista de la Italia peninsular por parte de Roma. El instrumento de conquista utilizado era la legión, que estaba compuesta por ciudadanos reclutados en tiempos de guerra. A medida que avanzó la expansión, Roma utilizó los contingentes de las ciudades dominadas y aliadas como tropas auxiliares.
Las principales guerras en las que se embarcaron los romanos fueron las Guerras Latinas, que otorgaron a la República de Roma el control de todo el territorio del Lacio y las Guerras Samnitas en las que los samnitas, uno de los pueblos de la península se opuso al creciente poder Roma.
Mas tarde Roma venció sucesivamente a los pueblos del Lacio, a los etruscos, a los galos que se habían instalado en la llanura del Po y las ciudades del sur de Italia dejando toda la península bajo el poder de Roma.
La república media
A partir de mediados del siglo III a. C., Roma inició una larguísima serie de guerras que la llevaron a dominar el mundo mediterráneo. Conquistó Cartago en las Guerras Púnicas, Hispania, Baleares, Corcega, Cerdeña, la Galia y Sicilia, de donde expulsó a los griegos.
En el Mediterráneo oriental, Roma se enfrentó a los monarcas de los estados helenos surgidos de la herencia del imperio de Alejandro Magno: Filipo V en el año 197 a. C., Perseo en el 168 a. C. en las Guerras Macedónicas, Antíoco III de Siria en el 189 a. C. en la Guerra Romano-Siria y Macedonia, Acaya y Epiro en el año 146 a. C. Átalo III de Pérgamo legó su reino a Roma en el año 133 a. C., una parte del cual se convirtió en la provincia romana de Asia.
Estas conquistas comportaron una verdadera revolución económica pues el botín, las indemnizaciones de guerra y los tributos pagados por las provincias enriquecieron al estado y a los patricios.
Como era de esperar, la rápida expansión trastocó también el frágil equilibrio social de la República porque los esclavos, cada vez más numerosos; muchos pequeños campesinos italianos, que se vieron forzados a emigrar a Roma debido a la pobreza; y los habitantes de los territorios ocupados, estaban descontentos por la explotación a la que estaban siendo sometidos por sus gobernantes y deseaban la igualdad con los ciudadanos romanos.
Estas reivindicaciones colmaron con las revueltas encabezadas por Espartaco en el 73 a.C.
La república tardía
A finales del siglo II a. C., la República romana entro en una nueva etapa, dentro de su nueva posición de hegemonía mundial, tras haber destruido o debilitado a todas las grandes naciones que pudieran haber representado una amenaza para su propia supervivencia.
En esta nueva era, el mayor problema de la República era ella misma: los nuevos conflictos ideológicos y propiciados por el enorme éxito romano, saturaron las antiguas instituciones republicanas y las llevaron a una crisis que fragmentó la sociedad romana. La República se vio sacudida por nuevas reivindicaciones sociales por parte de los propios pueblos italianos aliados de Roma quienes soportaban el peso de las campañas militares y ni poseían la ciudadanía romana ni se beneficiaban de las ganancias de las conquistas.
Paralelamente, la aristocracia y la clase política, se benefició enormemente de las nuevas conquistas y aumentaron su poder y riqueza. Las grandes fortunas permitieron la compra de votos con el único propósito de servir al aumento del poder personal a expensas de la legalidad.
Este decaimiento provocó 4 Guerras Civiles y multitud intentos de usurpar el poder del senado como en la Conspiración de Catilina, denunciada por Cicerón. Además las ansias de poder de algunos personajes importantes de la vida romana llevaron a crear alianzas para el control del senado conocidas como Triunviratos.
El primer Triunvirato estaba formado por Marco Licinio Craso, Julio César y C. Pompeyo Magno:
Pompeyo era enemigo declarado de la nobleza, Craso era poderoso por su inmensa riqueza y César tenía la habilidad del auténtico político. Pompeyo rompió con César y se reconcilió con la nobleza envidioso de la gloria militar ajena y en consecuencia, el triunvirato se debilitó muy pronto.
El segundo Triunvirato estuvo formado por Octavio Augusto, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido.
Se hizo cargo del gobierno desde el año 43 a. C. pero tambien supuso un gran fracaso tras el asesinato de César.
El fin de la República
Poco a poco, la envidia de Octavio hacia Marco Antonio y Lépido les llevó a pelerse entre ellos.El primero que cayó fue Lépido, que fue apartado de la vida publica por Octavio, un maestro de la propaganda, y que hizo que el pueblo tuviera una opinion contraria a su rival.
Aún quedaba Marco Antonio que vivía junto a Cleopatra en Egipto, pero Octavió declaró que este era inutil para el senado y le declaró la guerra. En la batalla de Accio, en el 31 a. C., los dos bandos se enfrentaron: Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados suicidándose poco tiempo después.
Con todos los enemigos politicos eliminados Octavio pasó a llamarse Augusto y se convirtió en el primer emperador romano.
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sábado, 24 de octubre de 2009
La cronología de Roma (I): La Monarquía
La historia de Roma como nación se constituyó como un elemento muy importante en el desarrollo del mundo antiguo y el posterior paso a la Edad Media.
En posts anteriores hemos visto el origen mitológico de la ciudad de Roma en el que se dice que se remonta al 753 a.C. Actualmente se conoce que se fundó a finales del siglo VII a.C. por Lucio Tarquino Prisco, según la tradición el 5º rey de Roma, aunque realmente fue el primero. Gracias a la gran capacidad de planificación que caracterizó a los primeros gobernantes, la ciudad fue creciendo ampliando su territorio hasta ocupar todo el Lacio y convirtiéndose en un enclave del comercio marítimo del mediterráneo.
En los albores de esta civilización la forma de gobierno era la monarquía donde los reyes eran elegidos de forma vitalicia por los propios ciudadanos. Aunque no existen referencias sobre la línea hereditaria de los primeros cuatro reyes, a partir del quinto parece ser que el poder lo heredaban las mujeres de la realeza.
El poder de los reyes tampoco está del todo claro pues los historiadores antiguos, decían que el monarca tenía los mismos poderes que los posteriores cónsules, y los modernos afirman que el pueblo tenía el poder supremo y que el rey tan solo era la cabeza ejecutiva del Senado.
Lo que si se sabe con seguridad es que el rey era reconocido por el pueblo como la cabeza de la religión nacional, el jefe ejecutivo religioso y el mediador ante los dioses, por lo cual era reverenciado con temor religioso. Tenía el poder de controlar el calendario romano, dirigir las ceremonias y designar a los cargos religiosos menores. Se dice que fue Rómulo quien instituyó el cuerpo de augures,los encargados de interpretar los designios de los dioses, siendo él mismo reconocido como el más destacado entre todos ellos, de la misma forma que Numa Pompilio instituyó los pontífices, atribuyéndosele la creación del dogma religioso de Roma.
Además de la autoridad religiosa, el rey era investido con el poder militar y judicial supremo mediante el uso del imperium. El imperium del rey era vitalicio y siempre lo protegía de ser llevado a juicio por sus acciones. Al ser el único dueño del imperium de Roma en esta época, el rey poseía autoridad militar indiscutible como comandante en jefe de todas las legiones romanas.
Fueron siete los reyes que ,tradicionalmente se cree, mandaron sobre este periodo aunque se duda de la existencia de los cinco primeros:
El último de los reyes fue Tarquino el Soberbio, hijo de Tarquino Prisco, y de origen etrusco. Tarquino abuso de la violencia y del asesinato para mantener el control sobre Roma derogando incluso algunos derechos constitucionales.
El momento clave en la desaparición de la monarquía sucedió cuando permitió la violación de una patricia romana por su propio hijo. Un pariente de la chica convocó al senado que decidió la expulsión del rey, el fin de la monarquía y el comienzo de una nueva época.
En posts anteriores hemos visto el origen mitológico de la ciudad de Roma en el que se dice que se remonta al 753 a.C. Actualmente se conoce que se fundó a finales del siglo VII a.C. por Lucio Tarquino Prisco, según la tradición el 5º rey de Roma, aunque realmente fue el primero. Gracias a la gran capacidad de planificación que caracterizó a los primeros gobernantes, la ciudad fue creciendo ampliando su territorio hasta ocupar todo el Lacio y convirtiéndose en un enclave del comercio marítimo del mediterráneo.
En los albores de esta civilización la forma de gobierno era la monarquía donde los reyes eran elegidos de forma vitalicia por los propios ciudadanos. Aunque no existen referencias sobre la línea hereditaria de los primeros cuatro reyes, a partir del quinto parece ser que el poder lo heredaban las mujeres de la realeza.
El poder de los reyes tampoco está del todo claro pues los historiadores antiguos, decían que el monarca tenía los mismos poderes que los posteriores cónsules, y los modernos afirman que el pueblo tenía el poder supremo y que el rey tan solo era la cabeza ejecutiva del Senado.
Lo que si se sabe con seguridad es que el rey era reconocido por el pueblo como la cabeza de la religión nacional, el jefe ejecutivo religioso y el mediador ante los dioses, por lo cual era reverenciado con temor religioso. Tenía el poder de controlar el calendario romano, dirigir las ceremonias y designar a los cargos religiosos menores. Se dice que fue Rómulo quien instituyó el cuerpo de augures,los encargados de interpretar los designios de los dioses, siendo él mismo reconocido como el más destacado entre todos ellos, de la misma forma que Numa Pompilio instituyó los pontífices, atribuyéndosele la creación del dogma religioso de Roma.
Además de la autoridad religiosa, el rey era investido con el poder militar y judicial supremo mediante el uso del imperium. El imperium del rey era vitalicio y siempre lo protegía de ser llevado a juicio por sus acciones. Al ser el único dueño del imperium de Roma en esta época, el rey poseía autoridad militar indiscutible como comandante en jefe de todas las legiones romanas.
Fueron siete los reyes que ,tradicionalmente se cree, mandaron sobre este periodo aunque se duda de la existencia de los cinco primeros:
- Rómulo 753 a. C. al 716 a. C.
- Numa Pompilio 715 a. C. al 674 a. C.
- Tulio Hostilio 673 a. C. – 642 a. C.
- Anco Marcio 642 a. C. – 617 a. C.
- Tarquino Prisco 616 a. C. – 579 a. C.
- Servio Tulio 578 a. C. – 535 a. C.
- Tarquinio el Soberbio 535 a. C. – 509 a. C.
El último de los reyes fue Tarquino el Soberbio, hijo de Tarquino Prisco, y de origen etrusco. Tarquino abuso de la violencia y del asesinato para mantener el control sobre Roma derogando incluso algunos derechos constitucionales.
El momento clave en la desaparición de la monarquía sucedió cuando permitió la violación de una patricia romana por su propio hijo. Un pariente de la chica convocó al senado que decidió la expulsión del rey, el fin de la monarquía y el comienzo de una nueva época.
jueves, 22 de octubre de 2009
Vuelve a la antigua Roma gracias a Google Earth
Es conocido por todos la importancia que tuvo la ciudad de Roma en la antigüedad y actualmente sirve de ejemplo para las ciudades actuales. Lamentablemente, jamas podremos volver a vivir aquella ciudad plagada de monumentos, o tal vez si...
Desde 1997, el Instituo para Tecnología Avanzada en las Humanidades (IATH), de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, llevatrabajando en el proyecto "Rome Reborn", una recreación en 3D de la ciudad de Roma tal y como era en el año 320 A.C. Los modelos son tan reales que se necesita un superordenador para mostralos en su maximo explendor.
Por suerte, una version mas ligera del proyecto Rome Reborn tambien puede ser consultada desde cualquier ordenador gracias a Google Earth, la aplicacion del gigante informatico que posee imágenes de cualquier lugar del mundo. Con este programa podremos movernos por la antigua Roma con total soltura utilizando estos modelos de los edificios.
Podéis ver un ejemplo en este video:
En la web del proyecto se pueden consultar las impresionantes imágenes de la reconstrucción.
Enlaces:
Desde 1997, el Instituo para Tecnología Avanzada en las Humanidades (IATH), de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, llevatrabajando en el proyecto "Rome Reborn", una recreación en 3D de la ciudad de Roma tal y como era en el año 320 A.C. Los modelos son tan reales que se necesita un superordenador para mostralos en su maximo explendor.
Por suerte, una version mas ligera del proyecto Rome Reborn tambien puede ser consultada desde cualquier ordenador gracias a Google Earth, la aplicacion del gigante informatico que posee imágenes de cualquier lugar del mundo. Con este programa podremos movernos por la antigua Roma con total soltura utilizando estos modelos de los edificios.
Podéis ver un ejemplo en este video:
En la web del proyecto se pueden consultar las impresionantes imágenes de la reconstrucción.
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domingo, 18 de octubre de 2009
El origen mitológico de Roma (II): El rapto de las sabinas
La nueva ciudad de Roma empezó a crecer. Rómulo, ambicioso, había dado al poblado, desde el principio mismo, un área muy grande: mayor que la necesaria para el número de personas que en él vivían. El problema era cómo atraer más gente para llenar la ciudad. Rómulo decidió seguir la antigua costumbre de hacer de su ciudad un lugar de refugio. Muy pronto acudieron, de muchas leguas a la redonda, gentes de todas clases, ansiosas de poseer un sitio donde vivir. Entre ellos había esclavos huidos de sus amos, criminales, vagabundos, forajidos: hombres que no habrían sido bien recibidos en ningún otro lugar.
Rómulo, sin embargo, se mostró muy complacido. Había designado a cien varones «Padres de la Patria» o Senadores. Reunió al Senado, y dijo:
-Ahora Roma es fuerte. Ninguna ciudad se atrevería a desafiarnos, pero hemos de pensar en el futuro. Sabemos todos que nos hacen falta más mujeres: la mayoría de nuestros hombres no tienen esposas. ¿Dónde y cómo podemos hallar mujeres para casarlas con ellos?
Después de larga discusión se acordó mandar enviados a las ciudades vecinas con el fin de establecer alianzas y matrimonios.
Pero cuando los enviados regresaron, todos traían la misma respuesta: nadie quería relación alguna con los romanos. La sola idea de que sus mujeres jóvenes casasen con una turba de esclavos, criminales y maleantes era en todas partes impensable. Los hombres de Roma se sintieron agraviados, y quisieron tomar las armas al instante. Rómulo hubo de mediar para prevenir la lucha declarada. Por otra parte, tenía una idea mejor.
Estaban ya muy avanzados los preparativos de las fiestas consuales, en honor del dios Conso. Los romanos decidieron celebrarlas muy espléndidamente, e invitar a todas las ciudades, así próximas como lejanas, a participar en ellas. El día de la fiesta, Roma era un hervidero de gente dispuesta a disfrutar la visita. Y, aparte de todo lo demás, lo que probablemente querían muchos era estudiar las defensas de Roma. Llegaron visitantes de las poblaciones cercanas, como, por ejemplo, Cenina, Crustumium y Antemnae, pero los más numerosos eran los sabinos, que eran por entonces los más poderosos vecinos de Roma. Hombres, mujeres y niños llenaban de bote en bote los espacios abiertos y los edificios públicos en el interior de la ciudad, y una vez cumplidos los ritos religiosos se desplazaron todos al sitio dispuesto para las carreras de carros. Si bien Conso erael dios de las cosechas, se asociaba su figura muy especialmente con los caballos, y por este motivo caballos y mulas llevaban guirnaldas y coronas floridas. El ambiente ciudadano estaba henchido de alegre expectativa.
Comenzó el espectáculo, y llegó el momento que los romanos aguardaban. Rómulo se levantó e hizo una señal convenida; a esta orden, unas escuadrillas de hombres se metieron entre la muchedumbre y se apoderaron de cuanta mujer joven pudieron ver. Las muchachas chillaron de miedo e hicieron cuanto estuvo a su alcance para huir, pero fue inútil la lucha. Rápidamente se las llevaron a buen seguro dentro de la ciudad, dejando a sus padres, hermanos y amigos desamparados fuera de la muralla.
Para los visitantes, aquello fue un ultraje y un engaño. Se volvieron a sus ciudades, no sin dar rienda suelta, con gritos y exclamaciones, a la cólera que sentían. Que capturasen a sus mujeres en acción de guerra era cosa que podía aceptarse según los usos de la época; pero que las raptasen en mitad de un festival religioso era algo nuevo y terrible. Rómulo y sus cómplices recibirían el castigo de los dioses.
También las jóvenes se sentían muy desdichadas por lo ocurrido. Rómulo las visitó una por una, dándole toda clase de seguridades.
-Ojalá vuestros padres hubiesen prestado oídos a nuestros enviados -les dijo-. Pero nada temáis. Casadas, seréis partícipes de la futura grandeza de esta ciudad, y disfrutaréis los privilegios de la ciudadanía romana.
Además, ya pensaréis de otra manera cuando tengáis niños en vuestros regazos. Ahora estáis furiosas, pero pronto vendrá el amor.
También aconsejó a los hombres. Les dijo que fuesen maridos amantes, y que trabajasen sin desmayo para dar buenos hogares a sus nuevas esposas. Siguieron éstos sus consejos, y procuraron halagar a las mujeres. Pronto se enfrió la ira en ellas; y luego dasapareció del todo.
Pero aun cuando las mujeres permanecieron en Roma y aceptaron lo ocurrido, no sucedió lo mismo con sus padres y parientes, en quienes duraba la cólera. Y, en vista de que los dioses aparentemente rehusaban castigar el crimen cometido por los romanos, apelaron al rey sabino, Tacio, pidiéndole que tomase en sus manos la cuestión. El rey no estaba muy dispuesto a ir a la guerra por unas cuantas muchachas, y durante cierto tiempo nada hizo. No obstante, las gentes de las ciudades de Cenina, Crustumium y Antemnae, que también habían perdido a sus mujeres, perdieron la paciencia y organizaron sus propios ataques contra Roma.
El ejército de Cenina atacó antes que los otros, y una fuerza romana al mando del propio Rómulo lo derrotó rápidamente. Sin contentarse con sólo la victoria, los romanos marcharon contra la ciudad enemiga, y la tomaron. Rómulo en persona mató al rey cenino, lo despojó de su coraza y volvió con ella a Roma, a celebrar su triunfo. Llevó al Capitolio el trofeo y lo ofreció a Júpiter bajo el roble sagrado del dios. Dispuso que allí se alzase un templo, el primero de Roma, en honor de Júpiter.
La derrota de Cenina no menguó los ánimos de los ejércitos de Antemnae y Crustumium. Atacaron los territorios romanos, y también ellos fueron prontamente vencidos y tomadas sus ciudades. Y fue entonces cuando Hersilia, mujer de Rómulo, sugirió:
-¿Por qué no perdonáis a los pueblos de las ciudades que acabáis de conquistar, e invitáis a los padres de las muchachas a vivir en Roma?
Rómulo hizo suya la idea, y también los pueblos de las ciudades vencidas la aceptaron de buen grado. Los padres y parientes de las mujeres se trasladaron a la ciudad de Roma, y la gente de Roma se estableció en las ricas tierras de labor de las zonas conquistadas. Así se fortalecieron los lazos entre las diversas ciudades, y se amplió la esfera de influencia de Roma.
Durante todo este tiempo, los sabinos habían guardado un ominoso silencio, y los romanos supusieron que aquéllos preparaban un ataque. Y estaban en lo cierto, porque, para entonces, el rey sabino había comprendido que era preciso someter a Roma antes de que ésta se hiciese demasiado fuerte. En consecuencia, proyectó tomar el baluarte construido por Rómulo fuera de la ciudad, para, desde allí, lanzar luego el ataque principal contra Roma. Mandaba el baluarte Espurio Tarpeyo, padre de una hija llamada Tarpeya. Cierto día estaba la moza fuera de los muros de la fortaleza -había salido en busca de agua-, cuando oyó que la llamaban por su nombre desde una cercana arboleda. Vio un centelleo de joyas entre las ramas y corrió a ver de qué se trataba, pues las joyas, el oro y la plata le gustaban más que nada en este mundo. Entre los árboles halló al rey sabino escoltado por algunos de sus guerreros, armados todos hasta los dientes. Según la costumbre sabina, llevaban todos pesados brazaletes de oro y anillos con piedras preciosas. Tarpeya no sólo no demostró miedo, sino que se acercó más á los hombres, fascinada por sus atavíos. Entonces habló el rey:
-Bella Tarpeya -dijo-, vamos al grano. Si esta noche nos abres las puertas de la fortaleza, a fin de que podamos entrar, te daremos todo lo que quieras.
Tarpeya reflexionó un momento, sin quitar los ojos del oro y las joyas. Luego replicó: -Abriré para ti las puertas si me dais lo que lleváis en los brazos.
-Te lo daremos de buena gana -repuso el rey-, una vez que estemos dentro del bastión. Tarpeya se dio por satisfecha, y a duras penas pudo aguardar a que la oscuridad llegase. Ya de noche, descorrió los cerrojos de la puertecita del baluarte, ante la cual esperaban los sabinos. Una vez dentro, el rey le dijo, en un murmullo, a Tarpeya:
-Ahora, tu recompensa. ¿Qué te habíamos prometido?
En aquel momento la muchacha se arrepintió de lo que acababa de hacer, porque los soldados enemigos la rodeaban y se sintió amenazada y temerosa.
-Me prometisteis darme eso que tenéis en los brazos -dijo, con la esperanza de que su voz no traicionase el miedo.
-Sea como querías -murmuró el rey, quitándose primero el pesado escudo y luego sus brazaletes. Los dejó caer a los pies de la moza, que chilló, sorprendida. Los soldados siguieron el ejemplo del rey, de modo que muy pronto la aterrorizada Tarpeya se vio circundada y cubierta de escudos y pesados brazaletes. Los soldados no se detenían.
-¡Ya es paga suficiente! -sollozó, mientras caía sobre ella escudo tras escudo. Murió aplastada bajo el enorme peso.
Solemnemente, los hombres recobraron sus brazaletes de oro y sus pesados escudos, dispuestos a entrar en acción. Pero antes cogieron el cuerpo de Tarpeya y lo arrojaron al vacío desde la alta roca en que se hallaba emplazado el bastión.
-Listo es lo que nos merecen los traidores -dijo el rey con aspereza.
Cuando hubieron tomado el baluarte, los sabinos empezaron a preparar el ataque contra la propia Roma. Rómulo reunió a sus tropas hasta el último hombre y marchó contra el enemigo. Ambos bandos lucharon denodadamente, pero los sabinos llevaban ventaja y obligaron a los romanos a retroceder en desorden hacia sus propias defensas. La situación era desesperada. Rómulo miró alrededor, y luego alzó la espada y gritó por encima del tumulto de la pelea:
-Oyeme, oh poderoso Júpiter, padre de dioses y de hombres. Tu ciudad está amenazada. Los sabinos presionan contra nosotros por todos lados. Quita el miedo de los corazones romanos y concédenos el buen éxito en la defensa de esta plaza. Construiré aquí un templo para recordar a las gentes, en los días venideros, que tú ayudaste a Roma en la hora de la necesidad.
Luego llamó a sus hombres.
Júpiter está con nosotros. ¡Luchad, valientes romanos!
Milagrosamente volvió a ellos el valor perdido. Conducía a los sabinos un hombre llamado Mecio Curcio. Confiaba éste tanto en la victoria, que comenzó a fanfarronear diciendo a voces lo que haría en cuanto la ciudad cayera en sus manos. Cuando estaba en lo mejor de la descripción de su triunfal entrada en Roma, Rómulo desencadenó un feroz contraataque que cogió a los sabinos completamente desprevenidos. El caballo de Mecio, asustado por el ruido y la confusión súbitos, se encabritó, con su jinete a lomos. El animal, desbocado, corrió a las pantanosas tierras de la orilla del río, y la lucha se detuvo: todos contemplaron cómo Mecio y su caballo luchaban, impotentes, para salirse del lodazal en el que poco a poco iban hundiéndose sin remedio. Mecio se las arregló para desembarazarse de silla y riendas en el preciso momento en que el caballo desaparecía bajo la superficie. Un grito de alegría se alzó entre sus hombres cuando lo vieron salir, tras no poco esfuerzo, a la seguridad de la tierra seca. Pero el incidente había quebrado la voluntad de lucha de los sabinos, y los romanos pudieron rechazarlos con facilidad.
A todo esto, las mujeres sabinas cautivas habían estado mirando el combate que se disputaba por ellas. Llegó un momento en el que la vista del creciente número de los heridos y los muertos les resultó insoportable. Corrieron al campo de batalla, con sus hijos en brazos, los
cabellos sueltos flotando tras ellas, las ropas infladas por el viento según corrían. Haciendo caso omiso de las lanzas que por todas partes volaban y del estruendo de las espadas entrechocándose, consiguieron ponerse, en muchedumbre, en medio de los combatientes. Miraron a sus padres a un lado, a sus maridos en el otro, y pidieron la paz.
-¡Lucháis por nosotras -exclamaron-, pero nosotras no queremos ser huérfanas ni viudas! Mejor fuera que muriésemos todas.
Cayó el silencio en el campo de batalla. Durante un buen rato nadie se movió; luego, simultáneamente, los jefes de ambos ejércitos arrojaron al suelo las armas. Al punto los soldados de los dos bandos en pugna se estrecharon las manos en señal de amistad.
Volvió la paz, y las dos naciones vivieron en lo sucesivo como una sola bajo la autoridad conjunta de ambos reyes. Cuando andando el tiempo murió Tacio, el rey sabino, Rómulo reinó en solitario. Entonces Marte, padre de Rómulo, persuadió a Júpiter para que éste concediese al fundador de Roma un sitio entre los dioses.
Mientras Júpiter desencadenaba una súbita y feroz tormenta, Marte acudió velozmente a Roma en carro alado. Halló a Rómulo en el monte Palatino, sentado ante su pueblo. Descendió y sin detenerse cogió a Rómulo al vuelo: los espectadores vieron solamente cómo la figura del rey se desvanecía en el aire. En lugar de un Rómulo de carne y hueso apareció un instante, para desaparecer poco después, su imagen divina. Entonces comprendieron que Rómulo los había dejado para siempre y levantaron un templo en honor del difunto rey fundador, donde le rindieron culto bajo la nueva advocación de Quirino.
La desdichada Hersilia, esposa de Rómulo, sintió que se le destrozaba el corazón con la muerte de su marido. Podía vérsela siempre en el templo dedicado a aquél, y siempre llorando. Juno se apiadó de ella, y cierto día, mientras Hersilia oraba, hizo caer una estrella a sus pies. Al punto ardieron los cabellos de Hersilia, formando un halo en torno a su cabeza, y subió con la estrella a reunirse con su esposo. Se regocijaron ambos; el nuevo dios abrazó a su mujer, y con el abrazo cambió la apariencia y el nombre de ella. Juntos, y llamados desde entonces Quirino y Hora, vivieron en celestial bienaventuranza, mirando siempre por su ciudad de Roma.
Rómulo, sin embargo, se mostró muy complacido. Había designado a cien varones «Padres de la Patria» o Senadores. Reunió al Senado, y dijo:
-Ahora Roma es fuerte. Ninguna ciudad se atrevería a desafiarnos, pero hemos de pensar en el futuro. Sabemos todos que nos hacen falta más mujeres: la mayoría de nuestros hombres no tienen esposas. ¿Dónde y cómo podemos hallar mujeres para casarlas con ellos?
Después de larga discusión se acordó mandar enviados a las ciudades vecinas con el fin de establecer alianzas y matrimonios.
Pero cuando los enviados regresaron, todos traían la misma respuesta: nadie quería relación alguna con los romanos. La sola idea de que sus mujeres jóvenes casasen con una turba de esclavos, criminales y maleantes era en todas partes impensable. Los hombres de Roma se sintieron agraviados, y quisieron tomar las armas al instante. Rómulo hubo de mediar para prevenir la lucha declarada. Por otra parte, tenía una idea mejor.
Estaban ya muy avanzados los preparativos de las fiestas consuales, en honor del dios Conso. Los romanos decidieron celebrarlas muy espléndidamente, e invitar a todas las ciudades, así próximas como lejanas, a participar en ellas. El día de la fiesta, Roma era un hervidero de gente dispuesta a disfrutar la visita. Y, aparte de todo lo demás, lo que probablemente querían muchos era estudiar las defensas de Roma. Llegaron visitantes de las poblaciones cercanas, como, por ejemplo, Cenina, Crustumium y Antemnae, pero los más numerosos eran los sabinos, que eran por entonces los más poderosos vecinos de Roma. Hombres, mujeres y niños llenaban de bote en bote los espacios abiertos y los edificios públicos en el interior de la ciudad, y una vez cumplidos los ritos religiosos se desplazaron todos al sitio dispuesto para las carreras de carros. Si bien Conso erael dios de las cosechas, se asociaba su figura muy especialmente con los caballos, y por este motivo caballos y mulas llevaban guirnaldas y coronas floridas. El ambiente ciudadano estaba henchido de alegre expectativa.
Comenzó el espectáculo, y llegó el momento que los romanos aguardaban. Rómulo se levantó e hizo una señal convenida; a esta orden, unas escuadrillas de hombres se metieron entre la muchedumbre y se apoderaron de cuanta mujer joven pudieron ver. Las muchachas chillaron de miedo e hicieron cuanto estuvo a su alcance para huir, pero fue inútil la lucha. Rápidamente se las llevaron a buen seguro dentro de la ciudad, dejando a sus padres, hermanos y amigos desamparados fuera de la muralla.
Para los visitantes, aquello fue un ultraje y un engaño. Se volvieron a sus ciudades, no sin dar rienda suelta, con gritos y exclamaciones, a la cólera que sentían. Que capturasen a sus mujeres en acción de guerra era cosa que podía aceptarse según los usos de la época; pero que las raptasen en mitad de un festival religioso era algo nuevo y terrible. Rómulo y sus cómplices recibirían el castigo de los dioses.
También las jóvenes se sentían muy desdichadas por lo ocurrido. Rómulo las visitó una por una, dándole toda clase de seguridades.
-Ojalá vuestros padres hubiesen prestado oídos a nuestros enviados -les dijo-. Pero nada temáis. Casadas, seréis partícipes de la futura grandeza de esta ciudad, y disfrutaréis los privilegios de la ciudadanía romana.
Además, ya pensaréis de otra manera cuando tengáis niños en vuestros regazos. Ahora estáis furiosas, pero pronto vendrá el amor.
También aconsejó a los hombres. Les dijo que fuesen maridos amantes, y que trabajasen sin desmayo para dar buenos hogares a sus nuevas esposas. Siguieron éstos sus consejos, y procuraron halagar a las mujeres. Pronto se enfrió la ira en ellas; y luego dasapareció del todo.
Pero aun cuando las mujeres permanecieron en Roma y aceptaron lo ocurrido, no sucedió lo mismo con sus padres y parientes, en quienes duraba la cólera. Y, en vista de que los dioses aparentemente rehusaban castigar el crimen cometido por los romanos, apelaron al rey sabino, Tacio, pidiéndole que tomase en sus manos la cuestión. El rey no estaba muy dispuesto a ir a la guerra por unas cuantas muchachas, y durante cierto tiempo nada hizo. No obstante, las gentes de las ciudades de Cenina, Crustumium y Antemnae, que también habían perdido a sus mujeres, perdieron la paciencia y organizaron sus propios ataques contra Roma.
El ejército de Cenina atacó antes que los otros, y una fuerza romana al mando del propio Rómulo lo derrotó rápidamente. Sin contentarse con sólo la victoria, los romanos marcharon contra la ciudad enemiga, y la tomaron. Rómulo en persona mató al rey cenino, lo despojó de su coraza y volvió con ella a Roma, a celebrar su triunfo. Llevó al Capitolio el trofeo y lo ofreció a Júpiter bajo el roble sagrado del dios. Dispuso que allí se alzase un templo, el primero de Roma, en honor de Júpiter.
La derrota de Cenina no menguó los ánimos de los ejércitos de Antemnae y Crustumium. Atacaron los territorios romanos, y también ellos fueron prontamente vencidos y tomadas sus ciudades. Y fue entonces cuando Hersilia, mujer de Rómulo, sugirió:
-¿Por qué no perdonáis a los pueblos de las ciudades que acabáis de conquistar, e invitáis a los padres de las muchachas a vivir en Roma?
Rómulo hizo suya la idea, y también los pueblos de las ciudades vencidas la aceptaron de buen grado. Los padres y parientes de las mujeres se trasladaron a la ciudad de Roma, y la gente de Roma se estableció en las ricas tierras de labor de las zonas conquistadas. Así se fortalecieron los lazos entre las diversas ciudades, y se amplió la esfera de influencia de Roma.
Durante todo este tiempo, los sabinos habían guardado un ominoso silencio, y los romanos supusieron que aquéllos preparaban un ataque. Y estaban en lo cierto, porque, para entonces, el rey sabino había comprendido que era preciso someter a Roma antes de que ésta se hiciese demasiado fuerte. En consecuencia, proyectó tomar el baluarte construido por Rómulo fuera de la ciudad, para, desde allí, lanzar luego el ataque principal contra Roma. Mandaba el baluarte Espurio Tarpeyo, padre de una hija llamada Tarpeya. Cierto día estaba la moza fuera de los muros de la fortaleza -había salido en busca de agua-, cuando oyó que la llamaban por su nombre desde una cercana arboleda. Vio un centelleo de joyas entre las ramas y corrió a ver de qué se trataba, pues las joyas, el oro y la plata le gustaban más que nada en este mundo. Entre los árboles halló al rey sabino escoltado por algunos de sus guerreros, armados todos hasta los dientes. Según la costumbre sabina, llevaban todos pesados brazaletes de oro y anillos con piedras preciosas. Tarpeya no sólo no demostró miedo, sino que se acercó más á los hombres, fascinada por sus atavíos. Entonces habló el rey:
-Bella Tarpeya -dijo-, vamos al grano. Si esta noche nos abres las puertas de la fortaleza, a fin de que podamos entrar, te daremos todo lo que quieras.
Tarpeya reflexionó un momento, sin quitar los ojos del oro y las joyas. Luego replicó: -Abriré para ti las puertas si me dais lo que lleváis en los brazos.
-Te lo daremos de buena gana -repuso el rey-, una vez que estemos dentro del bastión. Tarpeya se dio por satisfecha, y a duras penas pudo aguardar a que la oscuridad llegase. Ya de noche, descorrió los cerrojos de la puertecita del baluarte, ante la cual esperaban los sabinos. Una vez dentro, el rey le dijo, en un murmullo, a Tarpeya:
-Ahora, tu recompensa. ¿Qué te habíamos prometido?
En aquel momento la muchacha se arrepintió de lo que acababa de hacer, porque los soldados enemigos la rodeaban y se sintió amenazada y temerosa.
-Me prometisteis darme eso que tenéis en los brazos -dijo, con la esperanza de que su voz no traicionase el miedo.
-Sea como querías -murmuró el rey, quitándose primero el pesado escudo y luego sus brazaletes. Los dejó caer a los pies de la moza, que chilló, sorprendida. Los soldados siguieron el ejemplo del rey, de modo que muy pronto la aterrorizada Tarpeya se vio circundada y cubierta de escudos y pesados brazaletes. Los soldados no se detenían.
-¡Ya es paga suficiente! -sollozó, mientras caía sobre ella escudo tras escudo. Murió aplastada bajo el enorme peso.
Solemnemente, los hombres recobraron sus brazaletes de oro y sus pesados escudos, dispuestos a entrar en acción. Pero antes cogieron el cuerpo de Tarpeya y lo arrojaron al vacío desde la alta roca en que se hallaba emplazado el bastión.
-Listo es lo que nos merecen los traidores -dijo el rey con aspereza.
Cuando hubieron tomado el baluarte, los sabinos empezaron a preparar el ataque contra la propia Roma. Rómulo reunió a sus tropas hasta el último hombre y marchó contra el enemigo. Ambos bandos lucharon denodadamente, pero los sabinos llevaban ventaja y obligaron a los romanos a retroceder en desorden hacia sus propias defensas. La situación era desesperada. Rómulo miró alrededor, y luego alzó la espada y gritó por encima del tumulto de la pelea:
-Oyeme, oh poderoso Júpiter, padre de dioses y de hombres. Tu ciudad está amenazada. Los sabinos presionan contra nosotros por todos lados. Quita el miedo de los corazones romanos y concédenos el buen éxito en la defensa de esta plaza. Construiré aquí un templo para recordar a las gentes, en los días venideros, que tú ayudaste a Roma en la hora de la necesidad.
Luego llamó a sus hombres.
Júpiter está con nosotros. ¡Luchad, valientes romanos!
Milagrosamente volvió a ellos el valor perdido. Conducía a los sabinos un hombre llamado Mecio Curcio. Confiaba éste tanto en la victoria, que comenzó a fanfarronear diciendo a voces lo que haría en cuanto la ciudad cayera en sus manos. Cuando estaba en lo mejor de la descripción de su triunfal entrada en Roma, Rómulo desencadenó un feroz contraataque que cogió a los sabinos completamente desprevenidos. El caballo de Mecio, asustado por el ruido y la confusión súbitos, se encabritó, con su jinete a lomos. El animal, desbocado, corrió a las pantanosas tierras de la orilla del río, y la lucha se detuvo: todos contemplaron cómo Mecio y su caballo luchaban, impotentes, para salirse del lodazal en el que poco a poco iban hundiéndose sin remedio. Mecio se las arregló para desembarazarse de silla y riendas en el preciso momento en que el caballo desaparecía bajo la superficie. Un grito de alegría se alzó entre sus hombres cuando lo vieron salir, tras no poco esfuerzo, a la seguridad de la tierra seca. Pero el incidente había quebrado la voluntad de lucha de los sabinos, y los romanos pudieron rechazarlos con facilidad.
A todo esto, las mujeres sabinas cautivas habían estado mirando el combate que se disputaba por ellas. Llegó un momento en el que la vista del creciente número de los heridos y los muertos les resultó insoportable. Corrieron al campo de batalla, con sus hijos en brazos, los
cabellos sueltos flotando tras ellas, las ropas infladas por el viento según corrían. Haciendo caso omiso de las lanzas que por todas partes volaban y del estruendo de las espadas entrechocándose, consiguieron ponerse, en muchedumbre, en medio de los combatientes. Miraron a sus padres a un lado, a sus maridos en el otro, y pidieron la paz.
-¡Lucháis por nosotras -exclamaron-, pero nosotras no queremos ser huérfanas ni viudas! Mejor fuera que muriésemos todas.
Cayó el silencio en el campo de batalla. Durante un buen rato nadie se movió; luego, simultáneamente, los jefes de ambos ejércitos arrojaron al suelo las armas. Al punto los soldados de los dos bandos en pugna se estrecharon las manos en señal de amistad.
Volvió la paz, y las dos naciones vivieron en lo sucesivo como una sola bajo la autoridad conjunta de ambos reyes. Cuando andando el tiempo murió Tacio, el rey sabino, Rómulo reinó en solitario. Entonces Marte, padre de Rómulo, persuadió a Júpiter para que éste concediese al fundador de Roma un sitio entre los dioses.
Mientras Júpiter desencadenaba una súbita y feroz tormenta, Marte acudió velozmente a Roma en carro alado. Halló a Rómulo en el monte Palatino, sentado ante su pueblo. Descendió y sin detenerse cogió a Rómulo al vuelo: los espectadores vieron solamente cómo la figura del rey se desvanecía en el aire. En lugar de un Rómulo de carne y hueso apareció un instante, para desaparecer poco después, su imagen divina. Entonces comprendieron que Rómulo los había dejado para siempre y levantaron un templo en honor del difunto rey fundador, donde le rindieron culto bajo la nueva advocación de Quirino.
La desdichada Hersilia, esposa de Rómulo, sintió que se le destrozaba el corazón con la muerte de su marido. Podía vérsela siempre en el templo dedicado a aquél, y siempre llorando. Juno se apiadó de ella, y cierto día, mientras Hersilia oraba, hizo caer una estrella a sus pies. Al punto ardieron los cabellos de Hersilia, formando un halo en torno a su cabeza, y subió con la estrella a reunirse con su esposo. Se regocijaron ambos; el nuevo dios abrazó a su mujer, y con el abrazo cambió la apariencia y el nombre de ella. Juntos, y llamados desde entonces Quirino y Hora, vivieron en celestial bienaventuranza, mirando siempre por su ciudad de Roma.
viernes, 16 de octubre de 2009
El origen mitológico de Roma (I): La historia de Rómulo y Remo
«Mi hijo Numitor debiera reinar después de mí -pensó-. La costumbre y la ley así lo disponen, y en cualquier caso, Numitor, tan pacífico y sensato, sería un buen rey. Sé que Amulio desea mi corona y protestará contra mi decisión. Es tozudo y no se detendrá ante nada con tal de lograr sus propósitos. Quizá, si dejo la mayor parte de mi fortuna a mi hijo menor, se contente él con eso.»
Procas dejó así las cosas. Pasaron los años y al cabo murió el rey. Pero no se cumplieron sus deseos. Amulio, que codiciaba el poder, depuso a su hermano: así obtuvo, a la vez, las riquezas y la corona.
Triste y vencido, Numitor fue expulsado de palacio. Su hermano le dio unas tierras fuera de la ciudad, y allí se recluyó el príncipe para vivir como un granjero. Había perdido su herencia, pero aún tenía salud y fuerza, además de una esposa y tres hijos pequeños.
Amulio había satisfecho las ansias de su corazón: era rey de Alba Longa. Pero no había paz en su espíritu. Un miedo persistente latía dentro de él. Sabía que Numitor nada haría por recuperar la corona; pero no estaba tan seguro respecto de los hijos de su hermano: de mayores podrían resultar peligrosos.
La violencia engendra violencia. Y así fue como, tras pensárselo mucho, Amulio no halló sino una solución satisfactoria. Llamó sus más fieles servidores y les dio dos sencillas órdenes.
-Buscad a los hijos de mi hermano; cuando los hayáis hallado. matadlos. Hacedlo bien y en secreto -mandó Amulio-, y luego apoderaos de su hija, Rea Silvia, y traédmela a palacio.
Sus órdenes fueron obedecidas. A Numitor se le partió el razón.
-Mis hijos han muerto -lloró-, pero salva a mi hija. Ningún daño puede hacerte.
Aun cuando era un tirano, Amulio sintió que matar a la hija Numitor podía ser un error; pero urdió un ingenioso plan que, a vez que salvaba a Rea, salvaba su propia reputación. Dispuso que niña fuese elegida como sacerdotisa de Vesta, diosa del fuego sagrado. Virgen Vestal, Rea gozaría de toda una vida de privilegiado servicio a la ciudad y al pueblo de Alba. Y, como a todas las vírgenes vestales, la ley le prohibiría tener hijos. Amulio podía estar tranquilo.
Entre todos los dioses y diosas que observaban los asuntos de los hombres, Marte sentía particular interés por el destino de Alba Longa. La crueldad y la codicia del joven rey lo enfurecieron, y decidió que ya era hora de intervenir.
Su primer acto fue anunciar a Rea, en un sueño, sus proyectos. El sueño fue sumamente vívido y extrañamente obsesivo. En él se vio Rea con la frente ceñida por una corona de hojas. Mientras ella miraba, de la corona brotaron dos árboles que súbitamente crecieron elevándose en el cielo.
Cuando despertó, recordaba con toda claridad lo soñado, que no se borró de su mente a lo largo del día. La noche siguiente volvió a tener el mismo sueño, todavía más vívido. Siete veces fue visitada por el mismo sueño, y por fin comprendió lo que significaba.
-Esto tiene que ser un signo de alguno de los dioses -se dijo-. Estoy segura de que algo muy especial e insólito está a punto de ocurrirme.
Y así fue. Porque, algún tiempo después, Rea dio a luz dos gemelos. ¡Eran los dos árboles del sueño! No había manera de ocultar a sus compañeras el nacimiento de las criaturas, y Rea sabía que sería castigada. La sagrada ley había sido quebrantada, y el castigo era la muerte. Sin embargo, oró con la esperanza de salvar a sus dos bellos hijos. Se confesó con la suma sacerdotisa, y dijo a ésta lo que firmemente creía: que el divino Marte era el padre de los niños.
El alboroto que siguió fue enorme. Rea fue inmediatamente llevada ante el rey. Amulio se quedó atónito, y montó en cólera al oír la noticia.
-¡Marte! -exclamó, lleno de ira-. ¿Así es como los dioses recompensan mi bondad? Mi familia y mi reino han sido deshonrados. Llevaos a Rea y ahogadla en el Tíber, y arrojad a sus miserables hijos al río detrás de ella.
Los verdugos se dieron prisa en obedecer las órdenes del rey. Rea Silvia fue arrojada al río, y desapareció en la corriente. Según la leyenda, no se ahogó sin embargo; la rescató el dios Tiberino, quien la hizo su inmortal esposa. A los gemelos los arrancaron de los brazos de su madre; luego los metieron juntos en un canasto, y éste, con su lloriqueante contenido,fue lanzado a las oscuras y arremolinadas aguas del río.
En aquel momento, el Tiber estaba en el punto máximo de la crecida, y había inundado los bajíos. Los críos yacían indefensos dentro del canasto, barrido y golpeado por las fuertes corrientes del río hinchado. Poco faltó para que se hundiera en más de una ocasión, pero al fin llegó a un lugar de aguas someras y tranquilas donde se detuvo, frenado por las expuestas raíces de una higuera, y allí se quedó hasta que se retiraron las aguas.
Rea estaba en lo cierto al suponer que Marte era el padre de sus hijos, y en creer que éste miraría por ellos. Después de salvarlos del río, el dios buscaba a quien pudiera amamantarlos. Criatura sagrada de Marte era el lobo, y una loba vivía en una cueva, con sus lobeznos, no lejos de donde el canasto se había detenido. En cierto momento, al bajar al río a beber, oyó la loba los desesperados lloros de los hambrientos críos, y no tardó en hallarlos, metidos en su canasto. Levantó la tapa de éste con los dientes, pero, en vez de matar a los niños y comérselos, los alzó cuidadosamente en la boca y se los llevó consigo. Ya en su cueva, en la ladera de la colina, los limpió suavemente con la lengua y les dio de mamar. Calentitos y satisfechos, los niños durmieron con los lobeznos, muy arrimados a la gruesa y peluda piel de la loba.
Así vivieron durante algún tiempo felices y contentos los gemelos. Pero crecieron, y la leche de la loba no fue ya para ellos alimento suficiente. Necesitaron más sólida comida, y no les bastaban los restos de carne y huesos que los lobeznos aprendían a roer. Para salvar a sus hijos, Marte ordenó a los pájaros que los alimentaran; y así fue como las aves del campo llevaron todos los días pan y frutas a los pequeños, que siguieron creciendo con buena salud. Sin embargo, en determinado momento advirtió Marte que ninguna de aquellas criaturas selváticas podía hacer por los niños más de lo que hacían; alimento y cobijo no eran ya suficietes. Necesitaban el amor y el cuidado de otros seres humanos.
No muy lejos de la cueva de la loba vivía un pastor llamado Fáustulo con su mujer Laurencia. Eran pobres; vivían sencilla y honradamente, cuidando las ovejas y cabras de su amo y cultivando alguna que otra verdura para la mesa. No tenían hijos, y Marte consideró que
podían ser padres adoptivos ideales para los gemelos. Cuando bajó el río, Fáustulo halló el canasto vacío al pie del árbol. Pese al viaje que había soportado, parecía casi nuevo, y el pastor se preguntó cómo habría llegado hasta allí y qué podía haber contenido. Poco después observó un revoloteo de pájaros que entraban y salían de la cueva en la ladera de la colina llevando alimento en sus picos. Fáustulo sabía que aquélla era guarida de una fiera loba de buen tamaño, y el espectáculo le causó extrañeza. Durante varios días vigiló la cueva, y pudo ver el continuo ir y venir de las aves mientras los lobeznos jugueteaban entre las rocas. La curiosidad acabó por ser más fuerte que el miedo. Esperó a que la loba saliese del cubil, y cuando ésta, seguida por sus crías, desapareció entre los árboles, entró en la cueva después de asegurarse de que la loba no volvería pronto.
El interior de la caverna era frío y atemorizador. La oscuridad era como un muro ante Fáustulo. Aguzando los oídos oyó unos débiles lloriqueos, y a tientas avanzó y descubrió a los niños. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo entrever unas formas pequeñitas tendidas en un lecho de hierba.
Antes de darse cuenta cabal de lo que hacía los cogió, y con un crío bajo cada brazo echó a correr, saliendo a la luz del sol y al fresco aire del día. Se detuvo sólo cuando estaba ya muy cerca de su cabaña. Su mujer se lo quedó mirando, llena de asombro. Creyó Laurencia, en el primer momento, que su marido traía consigo dos cabritos, pero cuando aquél se hubo acercado bastante vio que se trataba de dos niños muy pequeños. Fáustulo los puso en brazos de su mujer y sin tomar aliento le explicó el asombroso suceso.
-No son éstos niños corrientes -dijo ella-. Creo que son hijos de los dioses, que nos los envían para que los cuidemos y amemos. Y eso haremos.
Juntos decidieron qué nombres les pondrían, y los llamaron Rómulo y Remo. Así empezó la nueva vida de aquella curiosa familia. Los chiquillos crecieron y llegaron a ser unos jóvenes valientes y fuertes, que ayudaban a su padre adoptivo en el cuidado de las piaras y las majadas o cazaban, incansables, en los bosques cercanos.
Tan pacífica vida no satisfizo mucho tiempo a los gemelos. Querían aventuras, y las hallaron en el juego de atacar a los ladrones y bandoleros de las cercanías para robarles lo que habían robado a otros. Compartieron con sus amigos el botín así obtenido, y muy pronto contaron con el apoyo de una gran banda de jóvenes tan valerosos y audaces como ellos mismos.
Los bandoleros del contorno, privados de su medio de vida «normal», decidieron que era necesario hacer algo. Proyectaron capturar , los hermanos y darles una lección. Aguardaron hasta el día en que había de celebrarse la festividad de Pan, y cuidadosamente tendieron la trampa. Durante la fiesta, cuando la danza y la bebida habían alcanzado el punto más alto, loi bandidos atacaron. En la lucha que sobrevino Remo cayó prisionero. Muy bien atado, lo llevaron a presencia del rey Amulio.
-Este hombre, juntamente con su hermane y al frente de una banda, saquean las tierras de Numitor y le roban ganado -declararon.
El rey repuso rápidamente:
-Si estos rufianes saquean las tierras de m hermano, él es quien ha de castigarlos, no ye: Llevaos a este hombre y presentádselo a Numitor. No me molestéis más.
El desdichado Remo fue sacado a rastras y llevado ante Numitor. Los bandoleros repitieron la acusación, explicando que aquél era uno de los dos mellizos salvajes, tan iguales entre si que era muy difícil distinguir a uno del otro. Numitor los oyó, pero pareció interesarse mucho más en mirar atentamente el rostro de cautivo que en oír sus crímenes. Algo en el hombre en pie ante él traía a la memoria de Numitor el recuerdo de su hija Rea, desaparecida tanto tiempo atrás, y los dolorosos recuerdos de su vida pasada volvían a él. Y, rememorando sus padecimientos, apenas se atrevía admitir la súbita esperanza que sintió al ver Remo.
«Lo he perdido casi todo -deliberó par sus adentros-: mi trono, mi fortuna, mis hijos, mi hija y mis nietos. ¿Por qué habrían de ser ahora buenos conmigo los dioses?»
Meditó sobre los hechos del caso.
-Dicen estos hombres que tienes un hermano gemelo. ¿Es verdad eso? -preguntó Numitor.
-Sí, mi señor -repuso Remo. Nuevamente se perdió Numitor en sus pensamientos.
«Desde luego, tienen la edad precisa - dijo-. ¿Serán verdaderamente los hijos Rea, mis propios nietos?»
La posibilidad sobrecogió su ánimo. Si era verdad, entonces los mismísimos dioses tenían que ver con ello.
-Quiero hablar a solas con este hombre -dijo en voz alta-. Dejadnos.
Mientras se retiraban todos a toda prisa de la sala, hubo ruidos y gritos en el patio, fuera, y dos hombres, desembarazándose de la guardia, entraron. Numitor vio a un campesino anciano y a un joven fuerte, espejo del prisionero. Eran Fáustulo y Rómulo, que venían a salvar a Remo. Estaban los tres delante del atónito Numitor. Rómulo, inclinándose, musitó unas palabras al oído de Fáustulo, al tiempo que lo empujaba hacia adelante, para que hablase por todos ellos.
En el momento mismo de ser capturado Remo, Fáustulo, que tanto tiempo había guardado el secreto, comprendió que había llegado el momento de hacer saber la verdad. Rápidamente explicó a Rómulo cuanto sabía acerca del origen de los gemelos. Y en aquel instante, confiado en la fuerza de sus dos hijos adoptivos, empezó a narrar la historia nuevamente, delante de Numitor. Contó cómo había hallado el canasto en el río, habló de la cueva y de los niños al cuidado de la loba. Prosiguió, explicando de qué manera él y su mujer habían amado y protegido a los muchachos, y cómo habían crecido éstos hasta llegar a ser los nobles e intrépidos jóvenes que eran ya. Contemplando a los gemelos, Numitor no pudo ocultar por más tiempo su alegría.
-Soy vuestro abuelo -les dijo serenamente, sin apenas dar crédito a sus propias palabras-. Os creía muertos, como vuestra madre, pero un milagro os ha hecho vivir para que me trajerais la alegría en mi vejez. Alabados sean los dioses.
Cuando Rómulo y Remo supieron lo que había hecho su tío-abuelo Amulio, montaron en cólera y decidieron que tantos crímenes tenían que ser vengados.
Los gemelos comprendieron que con su pequeña banda de secuaces no eran adversarios para el ejército de Amulio, y que, por tanto, era imposible darle batalla en campo abierto. Un ataque por sorpresa contra el propio rey era el único proyecto con posibilidades de éxito. Dividieron a sus hombres en grupitos, y cada uno de éstos fueron aproximándose a palacio desde direcciones diferentes, para coincidir en un punto y hora previamente determinados; atacaron, y se abrieron paso, rodeando al rey. Los hermanos desenvainaron sus espadas y se acercaron a Amulio, que se encogió ante ellos como un animal acorralado. Remo habló el primero.
-Somos los hijos de tu sobrina Rea Silvia -anunció-, y venimos a vengarla.
Rómulo, airado por la demora, saltó y fue el primero en acometer al rey con su espada. Remo hizo otro tanto, y el rey cayó muerto a los pies de los hermanos.
Fuera, Numitor había reunido a la gente y al ejército. En cuanto vio salir a sus nietos de palacio, con las ensangrentadas espadas en alto en señal de triunfo, habló. Expuso a la asamblea los terribles crímenes de Amulio, narró el nacimiento de Rómulo y Remo y cómo los dioses los habían protegido, y por último explicó la bien merecida muerte del rey. Entre el murmullo de la multitud dominaron las claras voces de los gemelos, que audazmente proclamaban a Numitor rey de Alba con pleno derecho. El pueblo coreó sus gritos.
-¡Numitor es nuestro rey!
-¡Larga vida a Numitor, rey nuestro!
Sus súbditos dieron a Numitor la bienvenida a palacio, y así comenzó su feliz y pacífico reinado. Rómulo y Remo sirvieron bajo su abuelo durante varios años, pero querían más poder. A su debido tiempo se les presentó la ocasión, porque Alba estaba superpoblada y una nueva ciudad era imperiosamente necesaria. Decidióse que Rómulo y Remo levantasen un nuevo asentamiento; y ¿qué mejor sitio que aquél en el cual, niños de pecho, habían escapado de la muerte y crecido hasta hacerse hombres?
Mientras los hermanos estuvieron de acuerdo todo fue bien y sin tropiezos, pero inevitablemente surgió entre ellos la cuestión de quién de los dos había de reinar sobre la nueva
ciudad. Y, puesto que eran gemelos, no había entre ellos uno que fuese mayor que el otro. Ambos querían ser reyes y dar a la ciudad su propio nombre.
Por fin, y al cabo de muchas discusiones, convinieron en dejar la decisión a los dioses. En aquellos días creían las gentes que las divinidades mostraban su voluntad mediante signos o señales naturales. Después de presentar juntos la cuestión a los dioses en un templo de Alba, los hermanos tomaron posiciones: Rómulo en el montecillo llamado Palatino y Remo en el denominado Aventino. Y aguardaron.
Remo fue el primero en ver algo que podía entenderse como señal: seis buitres volaron juntos cruzando el cielo. Que tantos de estos pájaros por lo general solitarios volasen de consuno era un espectáculo insólito, y por otra parte se consideraba al buitre un ave especialmente consagrada a los dioses. Se interpretó el acontecimiento en el sentido de que Remo había de ser rey por elección divina, y la cuestión parecía concluida, cuando Rómulo volvió y dijo que había visto no menos de doce buitres sobrevolando juntos el monte Palatino.
Pero entonces el pueblo comenzó a dividirse en partidos, porque quienes apoyaban a Remo lo proclamaban rey por haber sido él el primero en ver una señal, y los partidarios de Rómulo optaban por éste en razón de que había visto más buitres que su hermano. Acicateados por los celos y la ambición, muy pronto los gemelos empezaron a discutir y a luchar entre sí. Rómulo, seguro de ser él el próximo rey, inició la construcción de una muralla alrededor de su propio establecimiento en el monte Palatino. Remo, con la intención de mofarse de los esfuerzos de su hermano, saltó por encima del muro, para probar cuán fácilmente podía salvar aquel obstáculo.
La burla sacó de quicio a Rómulo, hasta el punto de que, terriblemente encolerizado, mató a su hermano. Irguiéndose triunfante sobre el cadáver de Remo, lanzó con voz potente unia advertencia a quienquiera que osare desafiarlo:
-Este mismo destino aguarda a quien se atreva a saltar sobre mi muralla.
Toda la gente que había salido de Alba con los gemelos proclamó entonces rey a Rómulo, y la nueva ciudad construida en el monte Palatino fue llamada Roma en honor de su ilustre fundador.
domingo, 11 de octubre de 2009
Bienvenida
Hola, soy Rafael Bailón y tengo 16 años. Este año los alumnos de 1º de Bachillerato del IES Generalife de Granada vamos a hacer un viaje por toda Italia conociendo su historia y viviendo una autentica aventura.
Esta web tiene como objetivo mostrar al lector todas las experiencias que vamos a vivir en nuestro viaje y para mostrarte el mundo romano desde su fundación hasta la actualidad.
El nombre del blog, Latium Vetus, significa "El antiguo Lacio". Lacio es la comarca donde se situa la ciudad de Roma y su nombre proviene de los latinos, los ancestros de los antiguos romanos.
Por eso te doy la bienvenida al blog y,
¡Espero que te guste!
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